Algún día lo haré. De veras.
Algún día reuniré toda la fuerza que muchos creen que guardo para poder decirte todo esto y más.
En cierto modo, aunque no lo sepas, te lo digo constantemente. Cada vez que te pregunto qué tal estás, no lo hago de manera convenciera; cada vez que me intereso por ti, lo hago de manera sincera. Tengo la necesidad de que, aunque en cierto modo estar tan cerca de ti me pueda repercutir negativamente, intentar hacerte feliz, aunque sea por un instante.
Pero, como no soy quien debiera ser, fallo constantemente.
Camino bajo el cielo ya en azabache, cuando la noche ya es cerrada y sólo mis pisadas hacen eco en las solitarias calles de mi ciudad. Por fin refresca, cuando noto que empapa levemente mi camiseta una pequeña gota suicida.
Soy el último en recoger, el farol rojo de cuantos allí estuvimos y sale a despedirse de mí una cálida lluvia de verano, haciendo más tórrida esta noche que prometía cerrar fresca.
Atravieso todos aquellos lugares comunes, todas las estaciones y estadios por los que ya han pasado todos mis compañeros cuando se trata de algo no correspondido. Cuando ni siquiera te sale de la boca esa palabra, cuando no eres capaz de mencionar su nombre sin que te abracen a traición tus demonios internos.
Soy el último en recoger, el farol rojo de cuantos allí estuvimos y sale a despedirse de mí una cálida lluvia de verano, haciendo más tórrida esta noche que prometía cerrar fresca.
Atravieso todos aquellos lugares comunes, todas las estaciones y estadios por los que ya han pasado todos mis compañeros cuando se trata de algo no correspondido. Cuando ni siquiera te sale de la boca esa palabra, cuando no eres capaz de mencionar su nombre sin que te abracen a traición tus demonios internos.
El nudo en el estómago, la sensación de ahogo. El gélido pinchazo en las costillas de su recuerdo desangra lo que puedes racionalizar que es tu alma. Notas el vacío que se abre en tu pecho, como una estrella cuando muere, creando un agujero negro que devora toda luz que al él osa acercarse.
Lo más incómodo, ya casi al final, es notar como el extremo exterior de tus ojos una punzada penetrante que sospechas podrá terminar en una llantina lastimera. Frotas la palma de tus manos contra tus ojos, como el pelotón que viéndose rodeado lanza fuego de contención contra su hostil. Pero esto es diferente, aquí el enemigo es interno, es íntimo. Te abraza y te apuñala, mientras tú se lo permites, convirtiéndote en cómplice de tu propia embosca.
Joder. De verdad. Echo de menos tus abrazos sin que nunca me los hayas dado.
Joder. De verdad. Echo de menos tus abrazos sin que nunca me los hayas dado.