miércoles, 3 de noviembre de 2010


25 de diciembre de 2009

Uno de esos putos días negros de mierda cuando nada es agradable y todo lo que sucede es una excusa para la ira. Un outlet para las emociones almacenadas, un arsenal, una armadura. Estos son los días en los que odio el mundo, odio a los ricos, odio a los felices, odio a los que se conforman, odio a los que ven la televisión, a los bebedores de cerveza, a los más satisfechos. Porque yo sé que puedo ser un poco de todas esas cosas odiosas y entonces odiarme a mí mismo por hacer lo mismo. No hay ninguna prevención, directiva o enfoque seguro para vivir.

Cada uno de nosotros conocemos nuestro propio destino. Sabemos por nuestros jóvenes cómo vamos a ser tratados, como nos recibirán, cómo acabaremos.Estas cosas no cambian. Puedes cambiar tu ropa, cambiar tu corte de pelo, tus amigos, ciudades, continentes, pero tarde o temprano tu propio yo siempre te coge. Siempre te espera en las alas. Las ideas se arremolinan, pero no se pegan. Aparecen, pero luego se van, como la lluvia de un parabrisas. Uno de esos días lluviosos, un coche explota en mi cabeza, el ambiente de este coche es un espejo de mi cráneo.

Mojado, húmedo, goteos y ventanas empañadas por el frío. Paredes de color gris. Nada bueno en la radio. Ni un pensamiento en mi cabeza.


Lo mismo que hace dos entradas.

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